En 2008, un niño taiwanés-estadounidense de 13 años se enfrenta al desafío de crecer durante el último mes de verano antes de ingresar a la escuela secundaria. Este período se convierte en una etapa de descubrimiento personal, donde el joven se ve obligado a aprender lecciones importantes que su familia no puede enseñarle. A medida que se acerca al final de su infancia y se prepara para la adolescencia, el protagonista comienza a explorar aspectos fundamentales de la vida que se sienten ajenos y difíciles de comprender.
A lo largo de este verano, el niño se enfrenta a la necesidad de aprender habilidades clave que lo ayudarán a navegar la vida en su entorno multicultural. Por un lado, se enfrenta a la frustrante tarea de aprender a patinar, una actividad que simboliza tanto el deseo de integrarse en un nuevo círculo social como la lucha por encontrar su propio espacio en un mundo que no siempre comprende su identidad. En paralelo, comienza a desarrollar su primer coqueteo, un aprendizaje sobre las emociones y las relaciones que lo prepara para las complejidades del amor y la atracción.
Sin embargo, uno de los aprendizajes más profundos y significativos se refiere a su relación con su madre. Mientras el joven se embarca en estos descubrimientos, también comienza a comprender las dificultades que su madre ha enfrentado al tratar de equilibrar las expectativas culturales y familiares con las demandas de criar a su hijo en un contexto extranjero. A través de estos momentos de reflexión y crecimiento, el niño comienza a aprender a amarla y apreciarla de una manera que antes le era difícil de concebir.